se hace:
con el rechazo,
con el trato malsano,
con los comentarios inhumanos,
con las risas infundidas
con las burlas sufridas,
con la falta de afecto,
con la falta de apego
con sus decepciones no gestionadas,
con sus traumas no registrados,
con sus vacíos no comprendidos…
La amargura es una semilla,
que se implanta y germina,
con el abono del dolor,
la soledad,
y la inmundicia de la sociedad.
El amargado está en guerra
con todo aquel que le rodea,
sufriendo internamente
incesantemente.
Clamando se encuentra,
pero no consigue lo que pide:
ayuda,
y entendimiento.
No solo regaños
y amonestaciones,
él solo necesita
tiernos amores.
A la amargura le gusta la compañía,
por eso atrae tanta porquería.
No te deja vivir, no te deja seguir.
Porque ama verte sufrir.
Eres su esclavo,
parasito inhumano,
que te carcome la vida,
que te imputa desdichas,
y crece con los años,
volviéndote huraño,
y no es posible parar
su eterno germinar
una vez que es infundida
esa putrefacta semilla.
¿Quién quiere vivir con un amargado?
¿Quién quiere querer a un amargado?
¿Quién quiere trabajar con un amargado?
¿Quién quiere casarse con un amargado?
Y así te pasas la vida,
en la desidia,
roto y cautivo de sus tentáculos.
Abrasadora condición,
que te provoca indefensión.
El amargado llora, grita y suplica,
pero tú solo oyes una amarga y triste melodía
que ignoras y por eso progresa
el entumecimiento marginal
que se apodera de este ser
y acaba por merecer
los más horribles pensamientos
de todos los sentimientos,
que conocemos.
El amargado no nace,
se hace.
Con tu ignorancia y tus desaires.
Photo
by Filippo Ascione on Unsplash
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